Sin vulnerabilidad no hay conexi贸n

Feb 08, 2023

La palabra vulnerabilidad es para muchos sinónimo de debilidad. Una persona que se atreve a hablar abiertamente de sus falencias y se deja ver como realmente es, recibe de inmediato el calificativo de debilucho.

Como mujeres, clamamos para que un hombre sea sensible, pero apenas nos confiesa que tiene miedo de no ser lo suficientemente bueno en su trabajo, pasa de sensible a bobo... y consecuentemente le perdemos algo de admiración.

En la vida, la mayoría hacemos hasta lo imposible para evitar estar en una situación de vulnerabilidad. Le huimos como a una plaga. No decimos te amo, porque es exponer demasiado el corazón y arriesgarse a que no nos amen igual. 

No nos lanzamos a ensayar nada nuevo y nos quedamos con lo malo conocido por miedo al fracaso. Y en un sinnúmero de ocasiones ni siquiera nos atrevemos a esbozar nuestras opiniones por el pánico al qué dirán, a que nos critiquen o a que nos rechacen.

No conozco a un solo político que haya admitido que se equivocó como demostración de honestidad. En el trabajo son pocos los superiores capaces de admitir sus dudas, con tal de no perder credibilidad. Y como padres les decimos a nuestros hijos que deben ser auténticos y honestos, pero pocas veces les dejamos ver nuestras propias inseguridades.

¿Pero qué es ser verdaderamente vulnerable? Fantásticamente, la doctora Brene Brown, Ph. D. y experta en el tema, describe la vulnerabilidad como la raíz de la valentía. El hecho de atreverse, de ser fiel a uno mismo, de presentarse ante el mundo desnudo de toda vergüenza, comprende el inicio de la felicidad, de la creatividad, de sentirse pleno y ante todo, de ser suficientes.

Saber pedir ayuda y compartir nuestras inseguridades y miedos no nos hace remotamente más débiles, el efecto es lo contrario. ¡El coraje de ser imperfecto en una sociedad que está lista para juzgar sin misericordia es poderosísimo!

Como sociedad avanzaríamos a pasos agigantados si fuéramos más numerosos quienes nos atrevemos a ser vulnerables. Nos lanzaríamos a generar verdaderos cambios, sin importar los resultados, en lugar de simplemente quejarnos bajo el anonimato de las redes. Amaríamos más profundamente en vez de andar en relaciones superficiales, ya que el opuesto del amor no es el odio, sino el miedo. Y criaríamos a hijos más compasivos, pues les enseñaríamos, como dice la escritora Katherine Henson, que ¡tener el corazón suave en este mundo tan duro es de valientes!

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